Retrato del beato Domingo Iturrate. |
1. El Evangelio en general nos invita a descubrir cuánto Dios es un loco enamorado de nosotros y quiere que nosotros nos enamoremos exclusivamente de él, de manera que nuestra vida, nuestras acciones y nuestras palabras, no muestren otra cosa más que este amor. Por eso debemos apresurarnos como un atleta, según la imagen de san Pablo (1 Corintios 9,25), que a la voz del amado solo pensemos en llegar a Él, nuestra meta, y ser completamente suyos. Pablo, embobado por ese amor, quiere llegar a la perfección, es decir, a la santidad, que no es más que la unión con el Señor. Esta misma tensión, sintió el beato Domingo Iturrate a la hora de ofrecerse como un sacrificio cotidiano y perfecto para Dios.
2. Esta tensión a la santidad, no podemos confundirla con la indiferencia, con el "no me importa nada el otro", porque entonces nuestra carrera a la santidad sería una ficción. Recordemos que el mandamiento del amor de Dios se manifiesta en el amor al prójimo. De hecho, estar enamorado de Dios nos lleva a desear que aquellos que caminan con nosotros, o mejor dicho, aquellos que corren junto a nosotros, lleguen también a la meta. Esto lo vemos claramente en el beato Domingo, que al sentirse feliz de pertenecer a Dios, escribe a sus padres: «quisiera que también ustedes sientan la alegría que llena mi alma». Basta ver como este amor se transmite y se vive en comunidad. Un ejemplo claro fue la comunidad de San Carlino alle Quattro Fontane (Roma), en tiempos del beato. El ministro de esta comunidad era el beato Hermenegildo de la Asunción, entres los compañeros estudiantes de Domingo estaban el beato Santiago de Jesús y el venerable Félix de la Virgen; y su director espiritual era el siervo de Dios Antonino de la Asunción. Se puede decir que esta comunidad fue verdaderamente un vivero de santidad, donde cada uno de sus integrantes era consciente de que la carrera no la hacía solo y que llegar a la meta no era suficiente si no llegaba junto con sus hermanos.
3. Queridos hermanos, enamorémonos de Cristo, es más, enamorémonos locamente de Cristo. Que nuestra vida no tenga otro objetivo más que ser santos. Sin olvidarnos, claro está, que en esta carrera hacia la santidad, no estamos solos, dejémonos guiar por otros santos (enamorados) y contagiemos ese amor a los otros, con el fin de que nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra misión, nuestras comunidades, etc., sean viveros de santidad. Que el beato Domingo Iturrate interceda por nosotros y nos obtenga esta gracia de la Trinidad. Amén.