viernes, 11 de mayo de 2018

Beato Domingo Iturrate: un amor que se contagia

Retrato del beato Domingo Iturrate.
1. El Evangelio en general nos invita a descubrir cuánto Dios es un loco enamorado de nosotros y quiere que nosotros nos enamoremos exclusivamente de él, de manera que nuestra vida, nuestras acciones y nuestras palabras, no muestren otra cosa más que este amor. Por eso debemos apresurarnos como un atleta, según la imagen de san Pablo (1 Corintios 9,25), que a la voz del amado solo pensemos en llegar a Él, nuestra meta, y ser completamente suyos. Pablo, embobado por ese amor, quiere llegar a la perfección, es decir, a la santidad, que no es más que la unión con el Señor. Esta misma tensión, sintió el beato Domingo Iturrate a la hora de ofrecerse como un sacrificio cotidiano y perfecto para Dios.

2. Esta tensión a la santidad, no podemos confundirla con la indiferencia, con el "no me importa nada el otro", porque entonces nuestra carrera a la santidad sería una ficción. Recordemos que el mandamiento del amor de Dios se manifiesta en el amor al prójimo. De hecho, estar enamorado de Dios nos lleva a desear que aquellos que caminan con nosotros, o mejor dicho, aquellos que corren junto a nosotros, lleguen también a la meta. Esto lo vemos claramente en el beato Domingo, que al sentirse feliz de pertenecer a Dios, escribe a sus padres: «quisiera que también ustedes sientan la alegría que llena mi alma». Basta ver como este amor se transmite y se vive en comunidad. Un ejemplo claro fue la comunidad de San Carlino alle Quattro Fontane (Roma), en tiempos del beato. El ministro de esta comunidad era el beato Hermenegildo de la Asunción, entres los compañeros estudiantes de Domingo estaban el beato Santiago de Jesús y el venerable Félix de la Virgen; y su director espiritual era el siervo de Dios Antonino de la Asunción. Se puede decir que esta comunidad fue verdaderamente un vivero de santidad, donde cada uno de sus integrantes era consciente de que la carrera no la hacía solo y que llegar a la meta no era suficiente si no llegaba junto con sus hermanos.

3. Queridos hermanos, enamorémonos de Cristo, es más, enamorémonos locamente de Cristo. Que nuestra vida no tenga otro objetivo más que ser santos. Sin olvidarnos, claro está, que en esta carrera hacia la santidad, no estamos solos, dejémonos guiar por otros santos (enamorados) y contagiemos ese amor a los otros, con el fin de que nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra misión, nuestras comunidades, etc., sean viveros de santidad. Que el beato Domingo Iturrate interceda por nosotros y nos obtenga esta gracia de la Trinidad. Amén.

jueves, 22 de febrero de 2018

Así inicio mi camino de conversión

Quiero compartir con ustedes este testimonio que había escrito hace muchos años, en mi página de Facebook. Quizás mucho de ustedes lo hayan leído, pero para aquellos que no me siguen en esa red social y que quieren conocer un poco de la historia de mi amor con Dios, aquí les dejo este resumen. Espero les sirva para algo, al menos para comprender un poco de por qué este servidor está tan enamorado de Jesús.

¡BENDITA SEA LA SANTÍSIMA TRINIDAD!   

Querida familia: Quiero compartir con ustedes mi testimonio de conversión. Se que muchos de ustedes se preguntarán por qué yo he decidido tomarme en serio mi fe católica y más aún, consagrarme como sacerdote. Intentaré, lo más resumidamente posible, dar una respuesta. Antes que nada me presento, quizá hay miembros de la familia que no me conocen. Mi nombre es Sergio Jeair Pereira Fernández, hijo natural de Gloria Pereira, pero por diversas circunstancias, adoptado por Gloria Helena Fernández Cantillo (que en paz descanse), a quien le faltó solo darme la vida. Nací en Ciénaga-Magdalena, terruño de nuestra familia. El resto de la historia no se entendería sin mi experiencia de fe. 

Llamado a la fe: de niño recibí poca formación en la fe en el ambiente familiar. Esta se limitó solo a los rezos que nos enseñaban en la escuela, recuerdo especialmente la preparación a la primera comunión que recibimos mi prima Marianella y yo, donde nos hicieron tragar de memoria Credos, Padres Nuestros y Aves Marías. Sin embargo el terreno, al menos el mío, no era fértil porque no estaba preparado, yo lo veía como lo vio la mayor parte de la gente, un evento social más que había que cumplir. Sin embargo, el Señor hizo que mi madre, Edgar (mi hermano) y yo nos trasladáramos al barrio de La Floresta, en una casa de esquina, cuya única vecina era una iglesia en construcción, la actual parroquia del Divino Niño. Digo que el Señor lo permitió porque cada vez que había algo especial en dicha iglesia yo siempre participaba, no había más cosas en que divertirse, no tenía muchos amiguitos en el barrio, que se limitaba a cuatro casas y la iglesia. Esto para mi fue una especie de preparación a la fe, pero, al mudarnos a la ciudad de Barranquilla, me fui alejando de ella. 

Tuve que esperar a los 16 años para que me picara el bicho de la curiosidad. Mis inquietudes religiosas me llevaron a aceptar todas las invitaciones que venían de mis amigos: cultos adventistas, evangélicos, pentecostales (unitarios y trinitarios), testigos de Jehová y finalmente, un grupo con el que me identifiqué mucho, los mormones.  Cande, la hija de mi padrastro, tenía unos amigos mormones. Yo, que me la llevaba muy bien con ellos, sobretodo con Lina y Cielo, de la tienda de la esquina, me interesé mucho por saber más sobre sus doctrinas, así que acepté las enseñanzas de los élderes (misioneros de esa iglesia) y estuve dispuesto a bautizarme. Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el nombre completo de dicha iglesia, quienes, en resumidas cuentas, creen que la Iglesia fundada por Jesucristo, desapareció con la muerte del último apóstol, Juan, y que un ángel del cielo, llamado Moroni, se apareció al profeta José Smith, en los Estados Unidos, mostrándole un lugar donde se encontraba escondido un libro sagrado, llamado el Libro de Mormón, que sería una especie de segundo testamento de Cristo, con una historia de la supuesta verdadera fe de los primeros habitantes de América. Según ellos, el mismo Smith restauraría la verdadera Iglesia en 1830. Más allá de estas cosas, los mormones tienen un sistema ético muy desarrollado y un convencimiento de su fe que es impresionante. Ellos me enseñaron la importancia de la oración personal, no recuerdo haber orado jamás en la intimidad de mi vida sino hasta ese momento.  

Una cosa importante sucedió en ese tiempo, que cambiaría mi vida, uno de los élderes me dijo, que tenía que orar al Padre Celestial y pedirle que me indicara: si el Libro del Mormón y el profeta José Smith eran verdaderos. Así lo hice, en la intimidad de mi habitación, pregunté al Señor si el Libro de Mormón era verdadero. Sentí que había orado con sinceridad, desde lo profundo de mi corazón y esperaba una respuesta de Dios a mis oídos, sin embargo, no fue así como el Señor se me reveló. Al lado de mi cama siempre había habido una Biblia, vieja y rota, me valí de ella para buscar respuestas, abrí al azar y salió el siguiente texto: Gálatas 1, 6-8 Me maravillo de que abandonando al que os llamó por la gracia de Cristo, os paséis tan pronto a otro evangelio, no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren deformar el Evangelio de Cristo. Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!. Debo contarles que yo quedé anonadado, un joven de 16 años ha hecho una pregunta a Dios y ha recibido una respuesta así clara, mi nuevo mundo comenzaba a desmoronarse.  Insistí y abrí de nuevo la Palabra al azar diciendo en mi mente que quizá fue una casualidad, de repente me salió el texto de Mateo 24, 23-24 Entonces, si alguno os dice: «Mirad, el Cristo está aquí o allí, no le creáis» porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible a los mismos elegidos. De esa manera, yo di por sentado mi interrogatorio, pero una cosa me quedó clara: si le preguntamos a Dios, Él nos responde. A partir de ese momento yo comencé a alejarme paulatinamente de los mormones, pero continuaba creciendo mi relación personal con Dios, él se vale de los medios más increíbles para acercarnos a su amor. La gota que desbordó la copa, para alejarme definitivamente de ellos, fue que estando en una reunión de jóvenes mormones, hablábamos de las iglesias, un joven recién convertido al mormonismo dijo estas palabras “la Iglesia católica es la ramera de todas las religiones, porque de ella nacieron todas las falsas iglesias que hoy existen”. No sabría explicarles que sentí en ese momento, no lo podía tomar como algo personal, porque no creo haberme sentido católico en ese tiempo, aunque si cada vez que me acercaba a la Palabra me sentía más atraído hacia esa fe. Una cosa me llamó mucho la atención de esta frase, cuando dice que es madre de todas las otras.  

Yo aprendí de ustedes, mi familia, a valorar y amar a nuestra madre, donde constantemente escuché expresiones como: «madre solo hay una»; «madre no es la que pare sino la que cría», «sabemos con certeza quien es tu madre pero tu padre no lo sabemos»; quizá fue este el motor por el que sentí que era importante averiguar por qué la Iglesia católica era madre. Comencé a estudiar el origen de las iglesias, iniciando por el mormonismo, estos nacieron en 1830, bajo las supuestas apariciones del ángel Moroni al profeta José Smith. Smith nació en el seno de una familia bautista. Los bautistas fueron fundados por John Smyth en 1605, a estos les precedieron los presbiterianos en 1560, y a estos los anglicanos en 1534 y finalmente a estos los Luteranos, fundados en 1517. Descubrí así, que antes de 1517 no existía ninguna otra iglesia cristiana que no fuese católica u ortodoxa. La gran mayoría de las denominadas iglesias evangélicas nacieron entre los siglos XIX y XX, antes de ellos estaban los protestantes históricos que ya hemos mencionado. Todos estos movimientos e iglesias hunden sus raíces en la división causada por Martín Lutero en 1517. Antes de él no existían. Ahora comprendo que a través de una ofensa hecha a la Iglesia católica el Señor me quería transmitir algo muy importante, verdaderamente la Iglesia era madre, no en cuanto a que de ella hayan salido todas las otras iglesias, sino en cuanto a que «madre solo hay una» y antes de ella, no existían las otras. ¿Cómo osan llamarla prostituta o ramera si les ha engendrado en la fe, el amor y la caridad? me preguntaba. 

No dejé mi pensamiento en un simple argumento histórico, no me contenté con la respuesta histórica, que bien hubiera podido bastar. En mi habitación, orando como lo hice la primera vez, pedí al Señor que me indicara ¿cuál era la fe verdadera?. Siguiendo el mismo método de entonces, abrí la Palabra y me salió el siguiente texto: Mateo 16, 13-19: 13 Y viniendo Jesús á las partes de Cesarea de Filipo, preguntó á sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? 14 Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas. 15 El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? 16 Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. 18 Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. 20 Entonces mandó á sus discípulos que á nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.   

¿Quién dice la gente que soy? entendí que una cosa es lo que gente dice, muchos falsos pastores y falsos cristos dicen que Jesús es esto, o aquello u lo otro. Pero ¿quién decía yo que él era?. Comprendí que había iniciado una nueva aventura, saber quien era Jesús para mi. Había dado el primer paso, una relación personal, una oración basada en el encuentro de dos personas, un diálogo de tu a Tu con el Señor. Pero descubrí también que este camino no lo hacía solo, sino acompañado de una comunidad de hermanos que confiesan juntos la misma fe, una palabra mágica, que hasta ese momento no había descubierto Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Ante el abanico de iglesias que había encontrado en mi investigación personal, me encontraba con una expresión del Señor, que se repetía una y otra vez en mi mente: Mi Iglesia, Mi Iglesia, MI, ¿cuántas?: MI... Una sola, allí fue donde cobró sentido lo que ya les había dicho antes: mormones, evangélicos, pentecostales, bautistas, presbiterianos, anglicanos, etc, resalen al histórico hecho de 1517, perpetrado por Martín Lutero. ¿Antes de él que Iglesia estaba? Mi Iglesia, una sola y única iglesia. No lo podía creer. ¿Cómo era posible que esa Iglesia que todos critican, acusan y juzgan, pueda ser la Iglesia de Cristo? Ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella, es decir, por muchos ataques y juicios que en dos mil años haya recibido, aún está allí, de pie, confesando Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente

No sabía que cosa hacer, cuando te conviertes a una iglesia protestante, el siguiente paso es el bautismo, pero si te conviertes al cristianismo católico ¿qué debes hacer? Yo no lo sabía, tenía 16 años, había sido bautizado de niño, había hecho la primera comunión, pero eso hasta ese momento no había significado nada para mi, lo había hecho sin conciencia y más tarde me había alejado de esa fe. La primera cosa que hice fue asistir a misa todos los domingos, conté con la gracia de que el padre Jaime Barrios, sacerdote de mi parroquia, era joven y muy buen predicador, lo cual me animaba en la fe cada vez que lo escuchaba. Quería conocer más y más sobre la Iglesia católica, fui descubriendo nuevas cosas, todo lo colocaba en oración, mi relación íntima con Jesús crecía y Él me indicaba el camino a seguir. Poco tiempo después de estar asistiendo sagradamente los domingos a la misa, me encontré con el padre Jaime por la calle, él me llamó y me invitó a formar parte de uno de los grupos juveniles de la iglesia. Yo estaba encantado, había visto eso como otra llamada especial del Señor en mi vida, a no conformarme con lo que recibía en la fe sino a ponerla en práctica en una comunidad cristiana particular. Por ese tiempo, uno de los grupos más famosos de la iglesia se llamaba «Carga Positiva», nombre que surgió del ideario de los mismos jóvenes que con tal intensidad como la corriente, querían transmitir la fe a los demás jóvenes del barrio. Así fue, por ese grupo pasaron muchísimas personas del barrio, hizo mucho bien, de él salieron vocaciones al matrimonio y otras a la vida consagrada. El grupo fue una especie de trampolín para vivir una experiencia de fe maravillosa, la Jornada de Vida Cristiana, un retiro-convivencia hecho por jóvenes y para jóvenes que quieren vivir su fe a la manera de Cristo. 

En Jornadas de Vida Cristiana comprendí otro eslabón de la fe, la gracia, muchos se esfuerzan por discutir si somos salvos por la fe o por las obras, cuando el Señor Jesús lo ha dejado tan claro, somos salvos por gracia, es decir, dicho castizamente, porque a Dios se le dio la reverendísima gana de salvarnos. La fe y las obras son dos brazos de la gracia. La salvación viene de Dios quien nos ha dado la fe por gracia (como don gratuito) la cual nos permite realizar buenas obras, porque como dice Santiago en el capítulo 2:   14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo? 15 Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16 y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17 Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta. 18 Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras.» 19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. 20 ¿Pero quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras está muerta? 21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras y que la fe se perfeccionó por las obras? 23 Y se cumplió la Escritura que dice: «Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia», y fue llamado amigo de Dios. 24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe. 25 Asimismo, Rahab, la ramera, ¿no fue acaso justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? 26 Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras está muerta.   

Un fuego nació en mi gracias a Jornada. sentí en mi interior, no solo el deseo de ser cristiano, sino además, de alimentar mi fe, no avergonzarme de ella y manifestarla por medio de mis obras. Pero en el año 2000, un evento trágico se hazañó contra nuestra familia, la muerte de mi hermano Piru, por lo que me entristecí tanto que me ensimismé. Afectó en parte mi relación con Dios, porque estaba furioso con Él, ya que no comprendía el por qué una persona tan joven como mi hermano tenía que morir de esa manera repentina. Me alejé por unos meses del movimiento y del grupo parroquial, es decir me alejé por un tiempo de Dios, incluso llegué a negar su existencia, esa fue mi noche oscura. A pesar de ello, Él no se alejó jamás de mi. Me sostuvo con su gracia. 

La Eucaristía, compartir la Palabra con mis hermanos de fe y realizar las obras de caridad a las que estábamos suscritos me hacían mucha falta. El Señor me hizo sentir sed como tierra reseca, agostada sin agua. Decidí regresar a casa, a mi iglesia. Esta vez cuando regresé al grupo y al movimiento, ya no solo lo hice como un cristiano más, sino como un líder. Coordiné por un par de años el grupo y fui elegido director de escuela en el Movimiento, es decir como el encargado de las reuniones de formación cristiana. 

¿Cómo veía mi familia esta mi experiencia de fe? En realidad no lo se como la veían ustedes, creo que para muchos, sino todos, este itinerario de fe es prácticamente nuevo, no lo conocían. Pero a mi familia inmediata, es decir mi madre, mi padrastro y mis hermanastros, no les fue totalmente desapercibido. Mis diversos problemas con ellos, incomprensiones, peleas, discusiones, que unas veces eran instigadas por ellos y otras veces por mi, mi luchas internas, mis rabias, mi no aceptación al sentirme un miembro de una familia que no era la mía, el desconocimiento de mi pasado y otras cosas, no menos importantes, fueron cambiando en mi. Ellos lo notaron, pero quizá mi experiencia de fe no les había tocado lo suficiente, cada uno hace su itinerario. La que más fue mi apoyo, luego de mi conversión, fue Gloria. Ella comprendía bien lo que había significado para mi este proceso de conversión. Ella intentó en en varias ocasiones seguir mis pasos, solo que mi padrastro era tan celoso que no permitía que ella asistiera a las reuniones de grupo, porque decía que allí solo se iba a conseguir novio (en parte tenía razón, pero recuerden que Dios se vale de todo para atraer a sus hijos hacia Él). Mi mamá y mi padrastro si veían reticentes mis continuas salidas a la Iglesia, reuniones, grupos, sobretodo cuando estas estaban acompañadas de sacerdotes. No eran muy partidarios de los sacerdotes. Ellos practicaban la magia, según ellos, blanca, y todo rechazo de la Iglesia a esas actividades las tomaban como una ofensa. Lo cierto es que Dios es el único que tiene poder y nuestra confianza se debe depositar únicamente en él. Acudir a la magia es desconfiar del poder de Dios. Yo nunca los enfrenté con este argumento, pero ellos sabían que ese era el pensamiento de la Iglesia, por lo tanto no podían aceptar que yo dijera algo contrario, me lo advertían desde antes. A nivel general no había rechazo a mi nueva fe, o más bien, a la práctica de mi fe, pero no les era totalmente indiferente. Las cosas cambiarían cuando decidí hacerme sacerdote.   

Vocación al sacerdocio: Como ya han leído, en ningún momento les he hablado de mi vocación sacerdotal, toda la experiencia de fe que les he contado, ha sido la experiencia de cualquier otro cristiano, que ha sido llamado a vivir su fe. Hasta este punto, no había sentido en mi, ningún deseo de ser sacerdote. De hecho, tuve dos relaciones de noviazgo. La primera fue Alejandra de la universidad, en el año 2000, con quien duré unos cuatro meses más o menos. Ella era evangélica de las Asambleas de Dios. Aunque nuestro amor fue un verdadero amor cristiano, la diferencia de fe no nos permitió tener una conversación que no terminara en discusión. Para la gloria de Dios hoy también ella es católica. La segunda fue Bibiana (así se escribe), con quien duré casi dos años (2002-2003), ella si era cristiana católica, comprometida, se hizo muy amiga de mi madre, que ya era un decir. Así que como ven, no tenía pensado ser sacerdote, no estaba en mis planes, aunque si debo ser sincero el matrimonio tampoco lo estaba. 

Dos cosas importantes sucedieron en ese momento de mi vida: Por una parte, en Jornadas de Vida Cristiana fui escogido para ser auxiliar interno de la jornada 22 masculina. Dicho compromiso despertó en mi un deseo más fuerte de consagrar totalmente mi vida a Dios, nació en mi el gusanillo de la vocación, pero no sabía lo que tenía que hacer. Le comenté a mi mamá (qepd) quien inmediatamente me demostró su desinterés por el tema, no quería saber nada de eso, fue un rechazo total. Nunca antes mi madre se había opuesto a una de mis decisiones con tanto ahínco. Cada vez que comentaba con algún miembro de la familia mi decisión, ella me torcía los ojos, como diciéndome que me callara porque qué iban a pensar los demás de mi. Las reacciones de algunos de ustedes, no fue, sin embargo, diferente a la de mi madre. Otros, aunque no estaban de acuerdo, me apoyaban en cuanto a que era una decisión mía y de nadie más. Aquí resalto el apoyo que recibí de mi hermana Monica, siempre que tuve problemas graves, ella fue mi refugio, fue, sin darse cuenta, la manifestación de que Dios no me abandonaba. 

Por otra parte, unos amigos me habían invitado a un grupo de oración en la Casa de Emaús y justo ese día estaban hablando de las diferentes vocaciones en la iglesia, allí conocí que a parte de los sacerdotes diocesanos, existían otras formas de consagrarse totalmente a Dios, a través de los votos de obediencia, castidad y pobreza. El padre fray Baudilio Montoya, de la Orden de la Santísima Trinidad, nos habló de la vocación a la vida religiosa y nos dio su testimonio de vida. Al final pasó unos formularios para quienes querían vivir una experiencia vocacional con la comunidad trinitaria de Bogotá. Algunos meses después, llegó una carta a mi casa en la que se me invitaba a la convivencia vocacional de junio de ese mismo año, estamos hablando de 2003. Viajé a Bogotá a escondidas de mi madre. La única que sabía de mis andanzas era mi novia Bibiana. Cuando conocí el estilo de vida de los frailes, su vida de oración constante, eucarística, Jesús como centro de todo lo que hacían, la puesta en común de todos los bienes; es como si el Señor hubiera tocado la fibra de lo más profundo de mi ser y me hubiera dicho «este es tu lugar». Estaba dispuesto a quedarme, pero los frailes me invitaron a cerrar capítulos en mi vida, entre ellos la universidad, pues ya me encontraba cursando el penúltimo año de la carrera. Temía que al regresar tenía que enfrentar dos: Bibiana y mi familia.Ya había tomado la decisión: Tu Señor me has seducido y yo me dejé seducir, me has forzado y has sido más fuerte, más fuerte  que yo (Jeremías 20, 7) 

Apenas llegué a Barranquilla, la primera cosa que hice fue hablar con Bibiana. Para mi sorpresa, ella ya se lo esperaba, y me dijo una de las cosas que demuestran el amor que sentía por mi y por lo cual me dejaba libre sin ningún remordimiento. Estas fueron sus palabras: «si hubiese sido por otra mujer yo hubiera luchado porque te amo, pero quien puede luchar contra Dios». Ese mismo día cortamos la relación. Lo más difícil fue hablar con mi madre, sabía que ella no tomaba bien las cosas que tuvieran que ver con la vocación, por mucho tiempo yo no había tocado el tema, así que decidí callar y no alimentar más la candela.  

En julio de 2004, viví otra convivencia vocacional en Bogotá, ya había pasado un año de la primera, ya había tomado la decisión, solo que debía cerrar capítulos como me fue aconsejado. Uno ya lo había cerrado, me faltaba poco para la graduación de la universidad, la hora de decirle a mi madre ya se acercaba. El 18 de diciembre de ese mismo año recibí mi graduación en Licenciado en Ciencias Sociales, una cosa en la que se había empeñado mi padrastro y mi mamá, ellos querían que yo fuera profesor, siguiendo los pasos de ellos, puesto que mi madre había sido maestra de básica primaria en su juventud, y él era profesor de español y literatura. Ambos me acompañaron a la ceremonia en Bellas Artes y me organizaron una reunión familiar en la casa del Concorde, me imagino que algunos de ustedes se acordarán de eso. Ese mismo día yo cerré con broche de oro la jornada, comunicándoles mi decisión. Mi madre se puso tan rabiosa que no quería saber nada de mi, mi padrastro solo callaba. En ninguno de los dos encontré apoyo, pero el Señor era mi fortaleza Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá (Salmo 27, 10). El 18 de enero de 2005, hice mi ingreso al postulantado trinitario de Bogotá. 

Ciertamente era difícil no encontrar el apoyo de la persona que más amas, mi madre lo era todo para mi. Se que ella no me odiaba, solo que, esto lo entendí más tarde, ella me estaba preparando para ser el bastón de su ancianidad. Alguno de mis tíos me recriminó eso precisamente, diciéndome que yo era un egoísta, porque yo debía haber sido el sostén de mi madre en los últimos años de su vida. Pero una cosa es lo que preparan los hombres y otra muy distinta lo que quiere Dios de ti, yo no lo había planeado, fue Jesús quien vino a mi encuentro, en un momento de fervor en mi vida, me enamoré de él y él me quiso para si. Contra eso yo no podía hacer nada. A pesar de que mi madre no me apoyaba, ni respetaba mi decisión y de que mi familia me miraba como un bicho raro, por hacer una cosa que a algunos de ustedes les parecía extraña, el Señor me sostuvo con estas palabras: Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas» (Josué 1, 9) 

Con el tiempo y la distancia mi madre fue cambiando de opinión, se daba cuenta de mi felicidad. Ella pasó del no apoyarme a la resignación, me dijo una vez «si no hay más nada que hacer»; luego pasó de la resignación a la aceptación de mi proyecto de vida: «si eso es lo que te gusta y eres feliz»; más tarde, pasó de la aceptación al apoyo. Aquí me detengo un poco más. En una ocasión, estando en el noviciado en Chile, había tenido una gran discusión con mi maestro de novicios, y estaba dispuesto a abandonar la Orden, no soportaba lo que en ese momento veía como injusticia, llamé a mi madre para decirle que me quería regresar a Colombia, ella me dijo estas palabras: «Todo lo que has luchado y todo lo que has sacrificado para estar donde estás, te has enfrentado incluso a mi, y ahora por una tontería piensas abandonar la barca. Yo se que lo tuyo es esto, así que lucha por tu vocación». Definitivamente estas palabras fueron de Dios en boca de mi madre. Me han acompañado a lo largo de caminar vocacional, en todos los momentos de crisis. Allí comprendí el otro paso de mi madre, del apoyo a la admiración y respeto hacia mi. Un último paso en su vida fue comprender que los hijos no son propiedad de sus madres sino que pertenecen a Dios. El día de mi ordenación sacerdotal, fue ella misma quien me entregó al Señor, y me repitió constantemente que la bendición más grande que Dios le había dado, era tener un hijo sacerdote. Palabras que fueron las últimas en balbucear la última vez que tuve la oportunidad de hablar con ella, en el hospital, un mes antes de su fallecimiento. 

Mi presente es de felicidad y el futuro lo miro con esperanza, porque estoy en las manos del Señor, a él pertenezco. No soy un santo, pero tengo claro que este es el camino al que Jesús me ha llamado para poder serlo. No soy un modelo de cristiano, pero espero que mi conversión, que aún no termina (porque es un proceso), les sirva para ponerse en marcha y no contentarse con vivir una vida cristiana en mediocridad. Deben ser protagonistas de su historia, pero recuerden que Dios es el autor y director de la película, solo él sabe cual es el final. Si seguimos lo que él nos manda, nuestro trabajo será impecable. Los amo y este amor que siento por ustedes es un don de Dios. Finalmente, todo esto no hubiera sido posible, si el Señor no se hubiera valido de la Iglesia católica y, en ella, de la Eucaristía, como instrumento para alimentar mi camino de fe, la fe no se vive individualmente, se vive en comunidad, ese es el sentido de la Iglesia, por ello les invito a conocerla y amarla. Todos los días en mi oración los tengo presentes y reclamo de Dios esta promesa hecha al carcelero converso «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y toda tu casa» (Hechos 16, 31). Con el deseo de verlos, me despido de ustedes, que Dios los llene de su gracia, paz y bendición. 

domingo, 28 de enero de 2018

Cada vez como la primera vez

Esta pudo ser uno de las muchas misas que celebró
San Juan de Mata (Mural del Monasterio de las
Trinitarias de Laredo, España. Foto: Sergio Pereira).
Fiesta de Santa Inés
Patrona coprincipal de la Orden Trinitaria

Recuerden cuándo fue la primera vez que han hecho algo sensacional. Tengan en sus mentes uno de los momentos más especiales de sus vidas, diversas experiencias familiares, la escuela, el colegio, los amigos de infancia, el primer beso, los sacramentos recibidos, etc. Yo por lo menos, me acuerdo incluso de mi bautismo, tenía cinco años, me vistieron de marinerito. Todos, recuerdos especiales y recuerdos tristes. No todos edifican, pero están ahí. Ahora recordemos ese momentos especial de nuestro encuentro con Dios, el punto inicial de lo que podemos llamar nuestra conversión, donde Dios tocó tu vida y sentiste su mano y su acción en ti. De verdad que debió ser un momento muy especial.

Pues de eso se trata la fiesta que celebramos hoy. Más allá de la figura de santa Inés, que tiene muchas cosas especiales y bonitas, que el santoral nos lo ha recordado; más allá de su protección a nuestra amada Orden; celebramos la fiesta de un encuentro especial, el día que san Juan de Mata vio el dedo de Dios que le indicaba el camino, sintió la mano de Dios que le empujaba a ir más allá de lo que él se había propuesto en su vida. Gracias a esa experiencia, los trinitarios podemos, todavía hoy, contar las maravillas que el Señor ha obrado en el mundo y en su Iglesia.

Yo me imagino que Juan de Mata siempre tuvo presente lo ocurrido en su primera Eucaristía y cada acción estaba llena de su primera experiencia. Todo lo que hizo en adelante, tenía como fundamento esa experiencia: ir a Cerfroid, fundar la Casa de la Trinidad y luego la Orden de la Trinidad. Dicha Orden se encargará de perpetuar lo que él había vivido en esa experiencia.

No. No se trata de s. Inés. No se trata de la fundación de la Orden. Se trata, de nuevo, de la Encarnación de Dios en la historia humana, en la vida del hombre, que mueve lo más profundo y permanece para siempre.La experiencia de Dios en Juan de Mata, es únicamente suya, nosotros hemos tenido las nuestras. Pregúntate cuál fue ese momento o esos momentos de encuentro íntimo, fundantes, fuertes, místicos, de tu vida, y echa mano de ello, porque seguramente te llevarán adelante, hasta el final, te motivarán en el momento de aflicción, te iluminarán en el momento de las tinieblas y tentaciones, te guiarán cuando te sientas perdido, te acompañarán y serán la razón de tus alegrías y motivaciones. Te darán esta esperanza en el momento de la agonía: esa experiencia fundante será eterna, llegará a la plenitud, pues lo que hemos vivido, lo que pregustamos, en unos o varios momentos, lo viviremos en su plenitud con Aquel que vino a nuestro encuentro.